A las seis y media de la madrugada, vino papá a tocarme la puerta. Creo
que faltaban un par de minutos, su puntualidad no tiene límites. Yo acababa de llegar
a penas dos horas antes, por suerte no tenía sueño, así que me levanté en el
acto. La maleta ya estaba lista, me lavé como gato, me puse la ropa que había
dejado lista desde la noche anterior y bajé al garaje donde me aguardaba papá.
Estábamos a punto de salir cuando escuché la voz de mamá que decía:
“Espérenme”. No podía creerlo, menos papá quien simuló su sorpresa. Así fue que
ambos me escoltaron hasta el Jorge Chávez.
Una vez en el aeropuerto, el tiempo pasó rápido. Tenía listo el
check-in, sólo restaba entregar mi maleta y pagar el impuesto de salida. Mi
vuelo salía a las diez de la mañana, habíamos llegado a las ocho para hacer las
cosas a su debido tiempo. Una vez que terminamos nos sentamos en el food-court para desayunar. Teníamos una hora exacta antes de que yo pasara a la
sala de embarque. Creo que fue la primera vez en años, por no decir la primera
vez, que desayunábamos los tres juntos. A las nueve en punto, me paré, tomé mi
bolso y dije adiós. Faltaba una hora para que el avión despegara, así que me
puse los audífonos y empecé a escuchar mi cd especialmente grabado para el
viaje.
El vuelo de ida transcurrió sin mayores inconvenientes, a diferencia del
vuelo de regreso, que no dejó de moverse durante las cuatro horas e hizo que se
esfumarán mis ganas de convertirme en aeromoza. No pude dormir a pesar de lo
cansada que estaba. Arribamos a las cuatro de la tarde, hora argentina. Migraciones
estaba desierto y pudimos pasar sin demora. Todo fue tan rápido que las maletas
demoraron en salir. Especialmente la mía, lo cual hizo que me pusiera algo
nerviosa al respecto. Fue en ese momento cuando recordé que al haber llegado tan
temprano, mi maleta habría entrado primero por lo tanto saldría de última. ¡Uf!
El alma me volvió al cuerpo. Entonces aproveché el momento para cambiar algo de
dinero. Una vez con mi equipaje en mano y con pesos en el bolsillo, me acerqué
a la agencia de remises que papá me había dicho y pedí uno que fuera hasta el
centro. Claro, papá sólo dijo la palabra León, ya que no recordaba nada más del
viaje pasado.
Tucumán 2575, séptimo piso, departamento 51, esta fue mi dirección
temporal mientras estuve en tierras gauchas. El departamento de mi amiga María,
quedaba en el Once, cerca al Abasto. Cuando llegué María no estaba, pero me
recibió la hermana de su novio, Bibi, con cuatro o cinco amigos más, todos provenientes
de San Luis. Invadida por una timidez repentina, me fui directo al cuarto que
me habían preparado, a penas si hice una señal de saludo con la mano y no salí
de ahí hasta escuchar la voz de María. Después de los abrazos y saludos efusivos,
me metí a la ducha y me cambié de ropa. Por suerte cuando salí los chicos ya se
habían ido.
Ese primer sábado fue uno de los mejores días. María dijo que tenía
planes para nosotras. Una fiesta de la novela en donde actuaba; “Mujeres de
Nadie”. A la fiesta había que llegar
tipo 1 ó 2 de la mañana. Así que teníamos tiempo de sobra para huevear o estar
al pedo como decían ellas. Nos sentamos en la mesa de la sala, María, Bibi y yo;
y pedimos una pizza de palmitos con salsa golf (¡alucinante!), terminamos las cervezas
que habíamos estado tomando y luego seguimos con un vino. Todo muy bien
acompañado con la música de “Los Cafres” de fondo.
El sitio quedaba en Palermo Hollywood y si mal no recuerdo se llamaba “Esperanto”.
Era inmenso y cuando llegamos había un show de cómicos haciendo de las suyas.
No sabría decir si eran o no graciosos pues mi falta de sentido del humor me lo
impide. Nos ubicaron en la zona VIP y nos sentamos en una mesa al fondo. Pedimos
unas Estelas, las mismas que habíamos estado tomando en casa. No fue mucha
gente de la novela. Poco a poco se llenó de gente no muy importante. Y a las
chicas les dieron ganas de bailar. La música era un desastre. Así que me quedé
sentada mientras las veía llamarme desde la pista de baile. Después de una hora
y varios vodkas, mezclados con una especie de Red Bull, terminé por unírmeles.
No quería malograrles el momento estábamos de joda, así que hice mi mayor
esfuerzo.
Al día siguiente despertamos tarde. Yo quería ir a Plaza Serrano, en
Palermo Viejo, había escuchado que los domingos los boliches se llenan con ropa
de diseñadores independientes y no quería perdérmelo. María me acompañó a
comprar. Una hora más tarde nos encontramos con Bibi y sus amigos, los mismos
del día anterior, para ir a almorzar. El sitio que ellos querían ya no atendía
porque pasaban las cuatro de la tarde y ya no había carne. Al final entramos a
cualquier lugar y esperamos un montón hasta que nos atendieron. Pedí un Ojo de
Bife, término medio, como siempre lo pido, no me importó que algunos en la mesa
se sorprendieran de que no lo pidiera bien cocido. En Lima o en Buenos Aires,
da lo mismo, término medio siempre.
Ese domingo, después de regresar al departamento cargada de bolsas,
salí sola por la noche, tratando de no olvidar las direcciones que me indicó
María. Primero fui al locutorio para llamar a casa y decir que había llegado
bien. Este reporte se repetiría por el resto de mi estadía. También fui al
Abasto, sede principal del BAFICI (Festival Internacional de Cine Independiente
de Buenos Aires), para pedir la programación de las películas. Por Internet no
había podido armar un cronograma, cada vez que entraba la página se colgaba.
Pedí un lapicero y marqué todas las películas que pude en el único día libre
que tenía para disfrutar del festival. Me puse al final de la cola a esperar
que llegue mi turno, cuando me avisaron que cerrarían la boletería en cuarenta
minutos. La cola era tan grande, que estaba segura no iba a llegar a tiempo.
Así que me fui a casa.
El Once, según mi punto de vista, no dista mucho de nuestro querido
Centro de Lima. Hay gente durmiendo en las calles, cantidades de basura regadas
por las calles y una inseguridad que te hace estar alerta, sobre todo si ya
oscureció y no estás acompañada. No esperaba otra cosa, ya anteriormente había
estado en el Centro aunque debo decir que las diferencias se agrandan si estás
en un hotel o en una casa.
Tengo que confesar que me limité a tomar taxi cuando la distancia era
grande y a caminar cuando estaba por el centro. Nunca tomé colectivo, el tan
popular bondi y sólo una vez subí al subte, claro que acompañada por María. Aunque
hay varios países latinoamericanos que tienen subtes. Debo decir que me pareció
un tanto complejo. La gente dirá que tomar taxi es carísimo, tal vez lo sea,
sin embargo es lo más rápido y efectivo si no tienes mucho tiempo. De todas
formas nunca pagué más de 10 pesos. Excepto para ir al aeroparque.
El lunes por la mañana desperté algo resfriada, por suerte Bibi me dio
unas pastillas. No sé bien qué eran, pero me curaron al toque. Al día siguiente me encontraba mejor. Igual fui a
la farmacia y pedí más de lo mismo. Temía enfermarme y no viajar a Iguazú. Ese
día a primera hora me dirigí a la agencia a pagar el tour. Salía el jueves a
las siete de la mañana por Aerolíneas Argentinas. Sería un viaje de tres días,
dos noches con excursión a las cataratas del lado de Argentina y de Brasil.
Estadía en un hotel con desayuno y cena buffet. Además del transporte. Todo
incluido por la cómoda suma de…
Por la tarde le pedí a María que me acompañará a la Bond Street , la galería underground situada en Santa Fe, para
hacerme un piercing. La idea ya había estado dando vueltas en mi cabeza desde
que llegué y no quería dejarla pasar. En menos de diez minutos tenía una bolita
plateada en el lado izquierdo de mi nariz. La chica que me lo hizo me sugirió
un arito más pequeño por ser mi nariz tan chiquita. No acepté. Me dolió mil
veces más que el tatuaje. Encima la chica, una amarga, no dejó que María se
quedará a mi lado. Estaba feliz con mi piercing. No podía dejar de imaginar la
cara de mis padres cuando lo vieran. Estando en Iguazú se me salió de tanto
manipularlo y por más que traté de ponérmelo, no pude.
Aproveché cada momento libre que tenía para caminar por Corrientes,
Florida y Santa Fe, avenidas principales. No me volví a tomar foto con el
Obelisco de fondo. Donde si me hubiera gustado sacarme fotos fue en Puerto
Madero. Esto de viajar sola tiene como desventaja el no tener a nadie para que
te inmortalice el momento. Compré gran parte de los libros que quería o al menos los que
encontré de la detallada lista que había hecho. También compré ropa y zapatos, sin
necesidad de gastar tanto. A último momento me arrepentí de quedar en
bancarrota por un viaje de repetición.
El miércoles fue uno de los mejores días que pasé sola. Había sacado
entradas para cinco funciones seguidas, empezando desde las once de la mañana.
Estaba emocionada ya que parte del viaje había sido para ir al BAFICI y debido
al viaje inesperado a Iguazú sólo pude ir un único día al Festival. La última película
no la pude ver, duraba más de cuatro horas y ese mismo día a las cinco de la
mañana, el taxi venía por mí para llevarme al aeroparque. De las cuatro
películas, la primera, un documental dedicado a Wim Wenders y tal vez la
última, inspirada en el cuento “Cartas a Mamá” de Cortázar, fueron las mejores.
El documental, “One Who Set Forth”, el mejor regalo que me llevo del festival,
hora y cuarenta dedicados a los primeros años o comienzos en el cine del director
alemán de “El cielo sobre Berlín” y “Tan lejos Tan cerca”. Pude conocer sobre
su infancia, la estricta relación con su padre, sus inicios en el cine y las
mujeres que lo marcaron a lo largo de su vida. En mi memoria el cuento de
Cortázar es uno de los mejores, sin embargo la adaptación no me pareció muy
buena, a pesar de su blanco y negro y la constante voz en off, recursos que me
gustan en una película, no me pareció que lograra una buena composición. La
obra de Julito es tan interesante que debería de adaptarse toda al cine.
Regresé de las cataratas un sábado por la noche. Encontré a María y
Bibi en casa. Quedamos para salir con Martín, el novio de María, a una fiesta
en casa de una prima. Había que hacer tiempo para que Martín regresara del
trabajo tipo 1 ó 2 de la mañana. Entonces, María decidió que entre tanto
prepararía algo para comer. Me preguntó si me gustaban las quesadillas y asentí
con gran una sonrisa. Nuevamente pasamos ese sábado por la noche en casa,
María, Bibi y yo, tomamos dos botellas de vino, esta vez mientras escuchábamos
los discos de homenaje “Calamaro Querido!”(Tomo 1 y 2). El último día de mi
estadía, horas antes que llegara el taxi, fui corriendo al Abasto a comprarlos.
La fiesta era en la terraza de un último piso en un departamento en
Recoleta. La casa estaba llena de gente y sólo pasaban música electrónica.
Tomamos las cervezas que habíamos llevado y nos fuimos a la hora. Cuando
llegamos a casa, María vomitó a la salida del ascensor y nos fuimos a dormir. Al
fía siguiente desperté con una resaca que no me dejó moverme de la cama en todo
el día, hubiera preferido vomitar y estar bien ese domingo. Me dio pena no
salir ese último día, tenía tantos planes. Volver a Plaza Serrano o ir a Plaza
Francia. Pedimos comida para la casa. Milanesa con puré. Además, en esos
últimos días el clima había cambiado. Según el pronóstico del tiempo estábamos
entre 4º y 16º. Nos quedamos en casa, yo salí al locutorio para comunicarme con
mis papás y confirmar mi llegada a Lima al día siguiente.
El lunes, mi último día, le pedí a María que me acompañará nuevamente a
la Bond, quería ver si me podían poner de vuelta el piercing, pero me dijeron
que tenía que pasar por lo menos un mes. Así que me fui con el arito envuelto
en papel y un hueco medio cerrado en mi nariz. Almorzamos en un restaurante en
Santa Fe y regresamos a casa. María tenía que estar a las tres en la productora
y el remis pasaba por mí a esa misma hora. Así que fue Martín, la persona que
menos había visto, la última que vi antes de irme. Le entregué las llaves y le
agradecí por el cariño y la estadía. Subí al carro y dejé el Once. De ahí
directo a Ezeiza y a esperar el vuelo con destino a Lima.
Esa última noche, echada en la cama de la que fue mi habitación. No
pude dejar de pensar en las personas que quería ver y decidí no buscar a cambio
de estar tranquila. En lo sola que me sentí en un lugar desconocido, a pesar de
la compañía. En ti y en el rumbo que habían tomado las cosas en las últimas
semanas antes del viaje. En lo rápido y lento que pasaron esos diez días. Cuando
llegué no quería más que regresar y a medida que se acercaba el final no quería
irme. ¿Qué será? Supongo que es cuestión de tiempo, de acostumbrarse y de dejarse
estar bien.
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