sábado, 12 de septiembre de 2009

Sábado

Después de un largo día, de atender clases, de ir de un lugar a otro, de distancias inalcanzables a hora pico, al llegar a casa lo único que quiero es una cerveza bien helada. Ya no me importa si es Cuzqueña, Quilmes o Stella Artois. Sólo que esté bien helada y si fuera mucho pedir buena compañía para disfrutarla mejor.

Y como no se puede tener todo en la vida dicen por ahí, me conformé con la Quilmes bien helada, esperándome desde ayer en la refrigeradora. Por más que me guste tomar, no hay que exagerar por lo tanto siempre compró una pequeña dosis, pequeña como yo, no necesito más. No encontré la habitual lata de medio litro que suelo comprar, así que no me quedo de otra que comprar una botella de casi un litro y además tomármela sola en mi habitación. Qué triste!

Por suerte tengo ya unos años de experiencia tomando sola y en mi habitación, sea eso Lima o Buenos Aires, así que no tuve mayor problema en ello. Igual esperaba que te conectaras y tomáramos a la distancia como tantas otras veces nos habíamos prometido. No importa, una chela es una chela y no se le puede despreciar. Ni yo ni nadie.

Sábado por la noche. Día largo. Ausencia de ti. Quilmes helada. Buena música de acompañamiento. Pixies. Artic Monkeys. Guns n' Roses. Kurt Cobain. Pienso que tan sola no estoy al fin de cuentas. La cerveza parece interminable. Un litro sin dudas es demasiado para mí. Al menos en una noche. En unas cuantas horas. Tal vez la próxima sea un vino. Un rico vino mendocino. ¿Lo podré terminar?

Hay muchas cosas que se pueden hacer sola y que de hecho desde que llegué aquí no dejo de practicar. Leer, dormir, ir al cine, comer, fumar, caminar, pasear, en fin... pero tomar es una de las cuales sería mejor hacerlo con alguien. Pero si no encuentro a nadie cerca con ganas de tomar como yo, ya sea sábado a la noche o cualquier día de la semana, no importa, no por ello dejaré de hacerlo. Total motivos para tomar sobran.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Prosas Apátridas de Julio Ramón Ribeyro

Nos paseamos como autómatas por ciudades insensatas. Vamos de un sexo a otro para llegar siempre a la misma morada. Decimos más o menos las mismas cosas, con algunas ligeras variantes. Comemos vegetales o animales, pero nunca más de los disponibles, en ningún lugar nos sirven en Ave del Paraíso ni la Rosa de los Vientos. Nos jactamos de aventuras que una computadora reduciría a diez o doce situaciones ordinarias. ¿La vida sería entonces, contra todo lo dicho, a causa de su monotonía, demasiado larga? ¿Qué importancia tiene vivir uno o cien años? Como el recién nacido, nada vamos a dejar. Como el centenario, nada nos llevaremos, ni la ropa sucia, ni el tesoro. Algunos dejarán una obra, es verdad. Será lindamente editada. Luego curiosidad de algún coleccionista. Más tarde la cita de un erudito. Al final algo menos que un nombre: una ignorancia.