jueves, 22 de septiembre de 2011

Prosas Apátridas de Julio Ramón Ribeyro

Las palabras que se dicen los amantes durante su primer orgasmo son las que presidirán en el futuro toda su comunicación sexual. Son momentos de absoluta improvisación, en los cuales los amantes se rebautizan, o rebautizan las partes de su cuerpo. Los nuevos nombres regresarán siempre durante el acto para constituir el códice que utilizarán en la cama. Estas palabras son inocentes y muhas veces poéticas con relación a lo que designan. A veces son también disparatadas. Nadie está libre de decirle a su mujer la noche de su primera posésión: "Alcachofa." Y se fregó porque desde entonces, al poseerla, tendrá siempre que decirle "Alcachofa." El día que no se lo diga, la habrá dejado de querer.

martes, 6 de septiembre de 2011

No tan Buenos Aires I - Segunda Parte

A las seis y media de la madrugada, vino papá a tocarme la puerta. Creo que faltaban un par de minutos, su puntualidad no tiene límites. Yo acababa de llegar a penas dos horas antes, por suerte no tenía sueño, así que me levanté en el acto. La maleta ya estaba lista, me lavé como gato, me puse la ropa que había dejado lista desde la noche anterior y bajé al garaje donde me aguardaba papá. Estábamos a punto de salir cuando escuché la voz de mamá que decía: “Espérenme”. No podía creerlo, menos papá quien simuló su sorpresa. Así fue que ambos me escoltaron hasta el Jorge Chávez.


Una vez en el aeropuerto, el tiempo pasó rápido. Tenía listo el check-in, sólo restaba entregar mi maleta y pagar el impuesto de salida. Mi vuelo salía a las diez de la mañana, habíamos llegado a las ocho para hacer las cosas a su debido tiempo. Una vez que terminamos nos sentamos en el food-court para desayunar. Teníamos una hora exacta antes de que yo pasara a la sala de embarque. Creo que fue la primera vez en años, por no decir la primera vez, que desayunábamos los tres juntos. A las nueve en punto, me paré, tomé mi bolso y dije adiós. Faltaba una hora para que el avión despegara, así que me puse los audífonos y empecé a escuchar mi cd especialmente grabado para el viaje.

El vuelo de ida transcurrió sin mayores inconvenientes, a diferencia del vuelo de regreso, que no dejó de moverse durante las cuatro horas e hizo que se esfumarán mis ganas de convertirme en aeromoza. No pude dormir a pesar de lo cansada que estaba. Arribamos a las cuatro de la tarde, hora argentina. Migraciones estaba desierto y pudimos pasar sin demora. Todo fue tan rápido que las maletas demoraron en salir. Especialmente la mía, lo cual hizo que me pusiera algo nerviosa al respecto. Fue en ese momento cuando recordé que al haber llegado tan temprano, mi maleta habría entrado primero por lo tanto saldría de última. ¡Uf! El alma me volvió al cuerpo. Entonces aproveché el momento para cambiar algo de dinero. Una vez con mi equipaje en mano y con pesos en el bolsillo, me acerqué a la agencia de remises que papá me había dicho y pedí uno que fuera hasta el centro. Claro, papá sólo dijo la palabra León, ya que no recordaba nada más del viaje pasado.

Tucumán 2575, séptimo piso, departamento 51, esta fue mi dirección temporal mientras estuve en tierras gauchas. El departamento de mi amiga María, quedaba en el Once, cerca al Abasto. Cuando llegué María no estaba, pero me recibió la hermana de su novio, Bibi, con cuatro o cinco amigos más, todos provenientes de San Luis. Invadida por una timidez repentina, me fui directo al cuarto que me habían preparado, a penas si hice una señal de saludo con la mano y no salí de ahí hasta escuchar la voz de María. Después de los abrazos y saludos efusivos, me metí a la ducha y me cambié de ropa. Por suerte cuando salí los chicos ya se habían ido.

Ese primer sábado fue uno de los mejores días. María dijo que tenía planes para nosotras. Una fiesta de la novela en donde actuaba; “Mujeres de Nadie”.  A la fiesta había que llegar tipo 1 ó 2 de la mañana. Así que teníamos tiempo de sobra para huevear o estar al pedo como decían ellas. Nos sentamos en la mesa de la sala, María, Bibi y yo; y pedimos una pizza de palmitos con salsa golf (¡alucinante!), terminamos las cervezas que habíamos estado tomando y luego seguimos con un vino. Todo muy bien acompañado con la música de “Los Cafres” de fondo.

El sitio quedaba en Palermo Hollywood y si mal no recuerdo se llamaba “Esperanto”. Era inmenso y cuando llegamos había un show de cómicos haciendo de las suyas. No sabría decir si eran o no graciosos pues mi falta de sentido del humor me lo impide. Nos ubicaron en la zona VIP y nos sentamos en una mesa al fondo. Pedimos unas Estelas, las mismas que habíamos estado tomando en casa. No fue mucha gente de la novela. Poco a poco se llenó de gente no muy importante. Y a las chicas les dieron ganas de bailar. La música era un desastre. Así que me quedé sentada mientras las veía llamarme desde la pista de baile. Después de una hora y varios vodkas, mezclados con una especie de Red Bull, terminé por unírmeles. No quería malograrles el momento estábamos de joda, así que hice mi mayor esfuerzo.

Al día siguiente despertamos tarde. Yo quería ir a Plaza Serrano, en Palermo Viejo, había escuchado que los domingos los boliches se llenan con ropa de diseñadores independientes y no quería perdérmelo. María me acompañó a comprar. Una hora más tarde nos encontramos con Bibi y sus amigos, los mismos del día anterior, para ir a almorzar. El sitio que ellos querían ya no atendía porque pasaban las cuatro de la tarde y ya no había carne. Al final entramos a cualquier lugar y esperamos un montón hasta que nos atendieron. Pedí un Ojo de Bife, término medio, como siempre lo pido, no me importó que algunos en la mesa se sorprendieran de que no lo pidiera bien cocido. En Lima o en Buenos Aires, da lo mismo, término medio siempre.

Ese domingo, después de regresar al departamento cargada de bolsas, salí sola por la noche, tratando de no olvidar las direcciones que me indicó María. Primero fui al locutorio para llamar a casa y decir que había llegado bien. Este reporte se repetiría por el resto de mi estadía. También fui al Abasto, sede principal del BAFICI (Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires), para pedir la programación de las películas. Por Internet no había podido armar un cronograma, cada vez que entraba la página se colgaba. Pedí un lapicero y marqué todas las películas que pude en el único día libre que tenía para disfrutar del festival. Me puse al final de la cola a esperar que llegue mi turno, cuando me avisaron que cerrarían la boletería en cuarenta minutos. La cola era tan grande, que estaba segura no iba a llegar a tiempo. Así que me fui a casa.

El Once, según mi punto de vista, no dista mucho de nuestro querido Centro de Lima. Hay gente durmiendo en las calles, cantidades de basura regadas por las calles y una inseguridad que te hace estar alerta, sobre todo si ya oscureció y no estás acompañada. No esperaba otra cosa, ya anteriormente había estado en el Centro aunque debo decir que las diferencias se agrandan si estás en un hotel o en una casa.

Tengo que confesar que me limité a tomar taxi cuando la distancia era grande y a caminar cuando estaba por el centro. Nunca tomé colectivo, el tan popular bondi y sólo una vez subí al subte, claro que acompañada por María. Aunque hay varios países latinoamericanos que tienen subtes. Debo decir que me pareció un tanto complejo. La gente dirá que tomar taxi es carísimo, tal vez lo sea, sin embargo es lo más rápido y efectivo si no tienes mucho tiempo. De todas formas nunca pagué más de 10 pesos. Excepto para ir al aeroparque.

El lunes por la mañana desperté algo resfriada, por suerte Bibi me dio unas pastillas. No sé bien qué eran, pero me curaron al toque. Al  día siguiente me encontraba mejor. Igual fui a la farmacia y pedí más de lo mismo. Temía enfermarme y no viajar a Iguazú. Ese día a primera hora me dirigí a la agencia a pagar el tour. Salía el jueves a las siete de la mañana por Aerolíneas Argentinas. Sería un viaje de tres días, dos noches con excursión a las cataratas del lado de Argentina y de Brasil. Estadía en un hotel con desayuno y cena buffet. Además del transporte. Todo incluido por la cómoda suma de…

Por la tarde le pedí a María que me acompañará a la Bond Street, la galería underground situada en Santa Fe, para hacerme un piercing. La idea ya había estado dando vueltas en mi cabeza desde que llegué y no quería dejarla pasar. En menos de diez minutos tenía una bolita plateada en el lado izquierdo de mi nariz. La chica que me lo hizo me sugirió un arito más pequeño por ser mi nariz tan chiquita. No acepté. Me dolió mil veces más que el tatuaje. Encima la chica, una amarga, no dejó que María se quedará a mi lado. Estaba feliz con mi piercing. No podía dejar de imaginar la cara de mis padres cuando lo vieran. Estando en Iguazú se me salió de tanto manipularlo y por más que traté de ponérmelo, no pude.

Aproveché cada momento libre que tenía para caminar por Corrientes, Florida y Santa Fe, avenidas principales. No me volví a tomar foto con el Obelisco de fondo. Donde si me hubiera gustado sacarme fotos fue en Puerto Madero. Esto de viajar sola tiene como desventaja el no tener a nadie para que te inmortalice el momento. Compré gran parte de  los libros que quería o al menos los que encontré de la detallada lista que había hecho. También compré ropa y zapatos, sin necesidad de gastar tanto. A último momento me arrepentí de quedar en bancarrota por un viaje de repetición.

El miércoles fue uno de los mejores días que pasé sola. Había sacado entradas para cinco funciones seguidas, empezando desde las once de la mañana. Estaba emocionada ya que parte del viaje había sido para ir al BAFICI y debido al viaje inesperado a Iguazú sólo pude ir un único día al Festival. La última película no la pude ver, duraba más de cuatro horas y ese mismo día a las cinco de la mañana, el taxi venía por mí para llevarme al aeroparque. De las cuatro películas, la primera, un documental dedicado a Wim Wenders y tal vez la última, inspirada en el cuento “Cartas a Mamá” de Cortázar, fueron las mejores. El documental, “One Who Set Forth”, el mejor regalo que me llevo del festival, hora y cuarenta dedicados a los primeros años o comienzos en el cine del director alemán de “El cielo sobre Berlín” y “Tan lejos Tan cerca”. Pude conocer sobre su infancia, la estricta relación con su padre, sus inicios en el cine y las mujeres que lo marcaron a lo largo de su vida. En mi memoria el cuento de Cortázar es uno de los mejores, sin embargo la adaptación no me pareció muy buena, a pesar de su blanco y negro y la constante voz en off, recursos que me gustan en una película, no me pareció que lograra una buena composición. La obra de Julito es tan interesante que debería de adaptarse toda al cine.

Regresé de las cataratas un sábado por la noche. Encontré a María y Bibi en casa. Quedamos para salir con Martín, el novio de María, a una fiesta en casa de una prima. Había que hacer tiempo para que Martín regresara del trabajo tipo 1 ó 2 de la mañana. Entonces, María decidió que entre tanto prepararía algo para comer. Me preguntó si me gustaban las quesadillas y asentí con gran una sonrisa. Nuevamente pasamos ese sábado por la noche en casa, María, Bibi y yo, tomamos dos botellas de vino, esta vez mientras escuchábamos los discos de homenaje “Calamaro Querido!”(Tomo 1 y 2). El último día de mi estadía, horas antes que llegara el taxi, fui corriendo al Abasto a comprarlos.

La fiesta era en la terraza de un último piso en un departamento en Recoleta. La casa estaba llena de gente y sólo pasaban música electrónica. Tomamos las cervezas que habíamos llevado y nos fuimos a la hora. Cuando llegamos a casa, María vomitó a la salida del ascensor y nos fuimos a dormir. Al fía siguiente desperté con una resaca que no me dejó moverme de la cama en todo el día, hubiera preferido vomitar y estar bien ese domingo. Me dio pena no salir ese último día, tenía tantos planes. Volver a Plaza Serrano o ir a Plaza Francia. Pedimos comida para la casa. Milanesa con puré. Además, en esos últimos días el clima había cambiado. Según el pronóstico del tiempo estábamos entre 4º y 16º. Nos quedamos en casa, yo salí al locutorio para comunicarme con mis papás y confirmar mi llegada a Lima al día siguiente.

El lunes, mi último día, le pedí a María que me acompañará nuevamente a la Bond, quería ver si me podían poner de vuelta el piercing, pero me dijeron que tenía que pasar por lo menos un mes. Así que me fui con el arito envuelto en papel y un hueco medio cerrado en mi nariz. Almorzamos en un restaurante en Santa Fe y regresamos a casa. María tenía que estar a las tres en la productora y el remis pasaba por mí a esa misma hora. Así que fue Martín, la persona que menos había visto, la última que vi antes de irme. Le entregué las llaves y le agradecí por el cariño y la estadía. Subí al carro y dejé el Once. De ahí directo a Ezeiza y a esperar el vuelo con destino a Lima.

Esa última noche, echada en la cama de la que fue mi habitación. No pude dejar de pensar en las personas que quería ver y decidí no buscar a cambio de estar tranquila. En lo sola que me sentí en un lugar desconocido, a pesar de la compañía. En ti y en el rumbo que habían tomado las cosas en las últimas semanas antes del viaje. En lo rápido y lento que pasaron esos diez días. Cuando llegué no quería más que regresar y a medida que se acercaba el final no quería irme. ¿Qué será? Supongo que es cuestión de tiempo, de acostumbrarse y de dejarse estar bien.

lunes, 5 de septiembre de 2011

No tan Buenos Aires I - Primera Parte

Mi primera impresión, debo confesar, no fue la mejor. Tal vez deba decir que horas antes de tomar el avión estaba en cama y con fiebre, había vomitado debido a la cantidad de pastillas y remedios que mi madre me había hecho ingerir y ya se me habían ido las ganas de viajar.

El vuelo era a las siete de la mañana por lo tanto debíamos salir de casa como a las cuatro de la madrugada, para luego esperar un par de horas en el aeropuerto. A papá le encanta seguir las reglas y si dicen que hay llegar dos horas antes, pues llegamos dos horas antes. Había dormido con la ropa puesta para el viaje y aunque me encontraba un poco mejor, puesto que la fiebre había bajado, el ánimo aún no subía.

Mi mamá y yo fuimos trasladas a primera clase, sin saber bien por qué, pero como a caballo regalado lo aceptamos sin preguntar. Tomamos desayuno en el avión, jugo de naranja y crossaints. Intenté escuchar algo de música, pero empecé a sentirme mal otra vez, así que opté por dormir por el resto del viaje. El aterrizaje estuvo algo turbulento, no lo recordaba de esa manera. Hacía muchos años que no viajaba en avión. Encima los oídos me comenzaron a doler, escuchaba un sonido intenso, que no paraba. Conclusión: estuve con los oídos tapados casi por dos días o más. Cuando llegamos lo primero que hice fue ir a una farmacia, quise comprar unas gotas, pero la señora que atendía me recomendó mascar chicle, dijo que así se me pasaría. Creo que funcionó, aunque hubiera preferido las gotas. Me sentí un poco estúpida mascando mi chicle por las calles, esperando a que se me destaparan los oídos.

Arribamos a Buenos Aires a la una de la tarde, más trámites y pagos de impuestos, más recojo de equipaje y previo paso por el duty free, creo que salimos del aeropuerto como dos horas después. Al salir de Ezeiza estaba todo rodeado de verde fue muy extraño esa primera impresión. Aquí estamos acostumbrados a que, al salir del aeropuerto, nos encontremos con pavimento, carros, edificios y una gran cantidad de casinos. Parecía que estábamos en el campo, mejor dicho en las afueras de la ciudad. Para nada comparado con nuestro querido Jorge Chávez.

Tomamos una camioneta-taxi para que entráramos los cuatro, más nuestras respectivas maletas. Yo iba recostada contra la luna del taxi y miraba todo como si fuera una película, aún me encontraba bajo los efectos de la última pastilla que tomé en el aeropuerto antes de embarcar. Había mucho sol y mamá no dejaba que me quite las casacas, ninguna de las dos que llevaba encima. El viaje en taxi demoró entre treinta o cuarenta minutos. Conforme nos adentrábamos en la ciudad, empezaron a aparecer los edificios, sólo veía edificios al comienzo, nada de casas. Recuerdo que eso me pareció horrible y triste a la vez. Cuando me di cuenta cruzábamos la famosa 9 de julio, apenas si pude ver el Obelisco, tuvimos que doblar y entrar por otra calle. Corrientes estaba en contra.

Nos hospedamos en el hotel “Milán” en Montevideo y Corrientes, a unas cuadras del Obelisco, en pleno centro de la ciudad. El hotel terminó siendo cualquier cosa, papá se dejó engañar por las fotos que vio en la página web, pobre. Nos dividimos en dos grupos. Los chicos con los chicos y las chicas con las chicas. El cuarto que nos tocó a mamá y a mí era oscuro, con una única ventana que daba al techo. Terrible, no se podía ver nada y tampoco entraba luz.

Ese primer día, yo quería quedarme descansado, me encontraba un poco mareada, pero mamá no me dejó, tenía que comer para poder tomar el jarabe. Fuimos a “Las Brazas”, un restaurante al frente del Milán. Todos comieron parrilla, menos yo, no tenía hambre, así que comí milanesa con puré. Lo único que quería era una coca-cola, pero tenía que ser sin helar, o como dicen por allá: al tiempo; en pleno verano y con más de 30 grados. Después de comer, mi hermano salió corriendo en busca de un teléfono público. Al final me convencieron y fuimos a dar una vuelta.

Bastó que pisara Corrientes para que de pronto todo cambiara. Me encantó ver tanta gente yendo y viniendo. Tiendas, librerías cada dos cuadras, cafés, bares sin fin. Los carros, el tráfico, la entrada al subte. Caminamos hasta el Obelisco y papá me tomó la típica foto de postal. Busqué un kiosco y compré una coca-cola en botellita de vidrio, para mi sorpresa me la podía llevar, no era retornable. Paseando con mi coca-cola por Corrientes no podía imaginar nada mejor.

Ese mismo día compré dos libros, uno de cuentos de Quiroga y “Cicatrices” de Juan José Saer, pensando que serían los primeros de muchos. Mentira, no volví a comprar más y hasta ahora me arrepiento. Luego fuimos a un Mall súper caro, donde nadie compró nada, y luego, de vuelta al hotel. Mi hermano salió a tomar con una amiga, yo preferí quedarme a descansar a pesar de su insistencia. Hubiera sido inútil de todas formas no hubiera podido tomar, pues seguía resfriada.

La primera noche no pude dormir y creo no dormí hasta el sábado y nosotros llegamos un miércoles. Ni siquiera podía ver televisión porque mamá dormía al lado, por suerte tenía el discman conmigo. Era raro el hecho de estar en otro país y tampoco poder dormir, ni poder hacer nada. Por lo general cuando tengo insomnio me quedo viendo cualquier cosa en la televisión o por último el techo de mi cuarto. Sin embargo, esta vez ver el techo o la pared, ya que mi cama estaba al lado de una, fue más que extraño casi aterrante. Ese saber que no podía hacer nada, ni salir, ni caminar, nada. Sólo estarme quieta era lo que me asustaba.

Al día siguiente me sentía peor y no tenía ganas de salir. Mi papá y mi hermano salieron durante la mañana, mientras mi mamá y yo nos quedamos durmiendo. Nos recogieron por la tarde para ir a almorzar. Creo que fuimos a otro Mall. En la noche caminamos por Callao y terminamos los cuatro sentados en una banca de la plaza frente a Congreso viendo como la gente paseaba no sólo a sus perros, sino también a sus bebés en coche a las once de la noche. Nos pareció todo un acontecimiento.

Esa segunda noche de insomnio, me encontraba echada en la cama viendo hacia la pared y de espaladas a la ventana. Hacía rato que tenía la impresión de que una luz iluminaba el cuarto. Al comienzo no le di importancia. Si hubiera estado aquí, podría atribuirlo a que pasó un carro o algo así, pero debido a la ubicación del cuarto eso no podía ser. Entonces volteé y pude ver claramente como una luz que provenía de afuera entraba en la habitación, permanecía unos segundos y luego se apagaba. Nunca olvidaré esa noche, tampoco los truenos.

Al día siguiente amaneció nublado y llovió todo el día. Había quedado en salir con mi papá y mi hermano temprano. Tuvimos que comprar paraguas para cada uno. Me encantó esa mañana, de lejos la mejor. Caminar, y bajo la lluvia, fue muy divertido. En Lima nunca llueve. Y eso hizo que la experiencia fuera inolvidable. Me costó un poco acostumbrarme al paraguas, era muy difícil no chocar con las demás personas que también llevaban sus respectivos paraguas. Luego cada vez que hay que entrar en algún establecimiento hay que cerrarlo y al salir volverlo a abrir. Nada del otro mundo, pero para quienes nunca han tenido la necesidad de usar uno, puede ser bastante complicado.

No sé cómo terminamos en la Bond Streat, una galería underground en Santa Fe. Papá al cabo de una hora se aburrió y salió a leer el periódico, además de estar preocupado por mamá quien se había quedado en el hotel. En cambio, mi hermano y yo nos recorrimos los cuatro pisos e igual creo que nos faltó tiempo. Si bien no compramos muchas cosas, la pasamos muy bien. También se hacen tatuajes y body piercing y hay un montón de gente de todo tipo, algo así como galerías Brasil para nosotros.

Los siguientes días pasaron mejor. Fuimos al teatro en familia a ver un musical y yo fui sola a ver un unipersonal con Julio Chávez, “Yo soy mi propia mujer”. Estuvo increíble, papá me sacó entrada en la segunda fila y literalmente Julio me escupía cada vez que decía su parlamento. También fui al cine a ver una película nacional, una comedia. Lo único que me faltó, fue ir a un recital. Creo que como era verano no había mucha movida. Igual a nosotros nos parecía que había un montón de gente, sin embargo los de ahí, decían que el centro estaba vacío.

El domingo fue mi cumpleaños número veinticinco y lo pasamos en familia. Fuimos a Recoleta, a una feria artesanal que sólo está los fines de semana en Plaza Francia. Visitamos el cementerio, mamá quería ver la tumba de Evita, pero no la encontramos. Sólo vimos la de Sarmiento. Después me enteré que ahí también estaba la tumba de Casares, y me la perdí. Ese día paseamos por la feria y fuimos a comer al shopping que quedaba ahí mismo. Debo decir que no la pasé muy bien, entre mi período y la resaca por haber bebido el día anterior, casi no podía estar en pie.

Regresé al hotel a la primera oportunidad que tuve, los cólicos menstruales me mataban. Razón de mi mal humor esa tarde en la feria, donde no quise comprar ni ver nada. Mis papás todavía se quedaron haciendo compras, mi hermano me acompañó al hotel y luego volvió a salir.

La siguiente semana pasó sin darme cuenta. Los días se sucedían unos detrás de otros. Me gustaba estar ahí, pero a la vez sólo pensaba en regresar a Lima. No sé, tal vez los estragos de la enfermedad, el insomnio o la inapetencia me hacían sentir así. El tema de la comida fue otro problema que me impidió disfrutar del viaje. No desayunaba y almorzábamos a las cuatro de la tarde o más, lo cual me producía unas terribles arcadas. Luego, ni bien probaba bocado, sentía repulsión y quería regresar todo lo que había entrado a mi boca. Muy extraño, hasta para mí.

Por fin llegó el viernes, diez días exactos en capital federal. No veía la hora de tomar el avión. Ese día estuve con mis papás, salimos a comer y a hacer algunas compras de última hora. Mi hermano salió por su cuenta. En el taxi yendo a Ezeiza, podía ver como todo iba quedando atrás, un paseo, un recuerdo; como que se perdía algo con cada kilómetro que avanzábamos. El avión partía a las seis de la tarde, lo cual quería decir que estaríamos llegando a Lima a las ocho de la noche, y de esa forma le habríamos ganado dos horas al tiempo.

No demoró tanto el recojo de las maletas y los trámites en el aeropuerto como cuando llegamos a Argentina. Salimos lo antes posible y tomamos un taxi para la casa. En el camino no podía dejar de ver las luces estridentes de los locales comerciales y el tráfico usual que caracteriza a esta ciudad y compararlo con la salida de Ezeiza. Todo era diferente, y no por eso mejor o peor, simplemente diferente.

Me gustó volver a Lima, estaba feliz de estar otra vez en casa y poder dormir en mi cama. A Buenos Aires la empecé a extrañar conforme pasaban los días y me daba cuenta de que ya no estaba allá y que no hice tantas cosas como hubiera querido. Así que espero volver, ojalá que la próxima no me termine enfermando un día antes.