miércoles, 15 de diciembre de 2010

Cartas sin mandar

El tiempo pasó sin que nos diéramos cuenta. Por mi parte puedo decir que todavía te pienso, en ocasiones te sueño.  Creo que alguna vez fui hasta tu casa, pero no pude tocar la puerta. Me quedé ahí como esperando a que salieras, como tantas otras veces. Con un lápiz escribí en una pared: Hola. Lo siento. Te echo mucho de menos. No recuerdo si en ese orden. Busco una carta tuya. Sé que cuando la vea la reconoceré por la tinta roja del lapicero. Y tu letra pequeñita, tan perfecta. Ni punto de comparación con la mía que nadie entiende. Sólo tú podías leerme. No volví a escribir desde entonces.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Yo no quiero

Yo no quiero volverme tan loco, fue lo último que me dijo y luego desapareció. No lo volví a ver. Estaba en el sofá, escuchando esa canción que tanto le gustaba. Yo, desde el otro lado de la sala lo observaba. Él creyó que no lo había escuchado y por eso se fue. Siempre pensó que no lo tomaba en serio. De repente escuché la puerta cerrarse, pero no fui tras él. Pensé que había ido a comprar más cigarrillos. Lo esperé durante toda la noche. A la mañana siguiente desperté y al no encontrarlo ahí, yo también me fui. Desaparecí.

martes, 2 de noviembre de 2010

Gigante de Adrián Biniez

Desde la aparición del título en grandes letras rojas que abarcan casi toda la pantalla, esta claro desde un inicio, el tipo de personaje al que vamos a conocer. Jara (Horacio Camandule) es un hombre corpulento que trabaja de guardia de seguridad en un supermercado. y como si no pudiera ser peor hace el turno de la noche.

A través de unas pocas imágenes vamos a ir descubriendo el mundo de Jara. En el supermercado su función consiste en observar por los monitores mientras tanto hace crucigramas, escucha heavy metal y se lleva algo a la boca para comer. Ya en su casa nos damos cuenta que su vida personal no dista mucho de la laboral. Echado en su sillón mira la televisión sin poder evitar el quedarse dormido. Y a veces juega play station con su sobrino cuando su hermana se lo deja para que lo cuide. Algunas noches trabaja de guardia de seguridad en un bar.

Un día viendo por el monitor descubre a Julia (Leonor Svarcas) una de las chicas de la limpieza. Pronto esa simple observación pasará a ser algo más cuando lo descubrimos siguiéndola a la salida del supermercado. De esta forma pasamos a centrarnos en la vida de Julia y así descubrimos que también es una persona solitaria como Jara. Le gustan los perros, las películas de ciencia ficción y toma clases de karate.

Todo el tiempo que Jara sigue a Julia, para él es como si la estuviera viendo a través del monitor del supermercado. Se limita a caminar detrás de ella. Nunca se acerca a hablarle. Sólo la mira como en una película esperando a ver qué pasará en la siguiente escena. No sabemos si Jara fue siempre así o si su trabajo lo forzo a tener ciertas actitudes que a pesar de estar fuera del supermercado traspasa a su vida cotidiana.

Gigante es una película de pocas palabras al igual que sus protagonistas. Imposible no sentir lástima, pero más que eso, yo encuentro una identificación, ya que quién no se ha sentido alguna vez como Jara (ya sea por ser gigante o enano, gordo o flaco) y no ha sabido como abordar a esa persona que tanto le gustaba.

martes, 26 de octubre de 2010

Finalmente

Y finalmente estoy aquí. Después de tanto sacrificio se podría decir. Después de haberlo dejado todo, también se podría decir. Familia. Trabajo. Amistades. ¿Amor? Dejé todo atrás. ¿Y por qué? O tal vez sería mejor preguntar ¿Para qué? No lo sé. Estaba equivocada. Estaba mal de la cabeza, también se podría decir. Quise irme lejos. Dicen que para olvidar hay que poner tierra de por medio. A mí no me sirvió. Tal vez hubiera sido mejor poner mares, océanos. Pareciera que no me esforcé lo suficiente. Al fin de cuentas, como a veces suelo decir cuando bromeamos, estamos del mismo lado del hemisferio. Así que muy lejos no me fui.

Me gusta ver los rieles del tren más que el tren en sí. Es raro, se me hace raro. Allá casi ya no hay. Dejaron de existir. Murieron de causa natural. Tal vez por eso, al ver los rieles del tren sólo puedo pensar en que es una forma más de quitarse la vida. Nunca subí a uno. Cuando recién llegué estaba fascinada con aquello. Luego el tiempo pasó y me conformé con el subte y el bondi. Será que no salí de la capital. Que no tuve la necesidad. Que tuve otras opciones cuando pensé en venir aquí. No lo creo, El dinero no hubiera dado para un país del primer mundo. No tengo un apellido difícil de pronunciar. Imposible salir hacia esos países. No para mí.

Y finalmente estoy aquí deseando no estarlo...

lunes, 18 de octubre de 2010

Prosas Apátridas de Julio Ramón Ribeyro

A mí los tullidos, los tarados, los pordioseros y los parias. Ellos vienen naturalmente a mí sin que tenga necesidad de convocarlos. Me basta subir a un vagón de metro para que, en cada estación, de uno en uno, suban a su vez y vayan cercándome hasta convertirme en algo así como el monarca siniestro de una Corte de los Milagros. La juventud, la belleza, en el andén del frente, en el vagón vecino, en el tren que se fue. En cuántas bifurcaciones de los pasillo del metro he perdido para siempre un amor.