martes, 26 de octubre de 2010

Finalmente

Y finalmente estoy aquí. Después de tanto sacrificio se podría decir. Después de haberlo dejado todo, también se podría decir. Familia. Trabajo. Amistades. ¿Amor? Dejé todo atrás. ¿Y por qué? O tal vez sería mejor preguntar ¿Para qué? No lo sé. Estaba equivocada. Estaba mal de la cabeza, también se podría decir. Quise irme lejos. Dicen que para olvidar hay que poner tierra de por medio. A mí no me sirvió. Tal vez hubiera sido mejor poner mares, océanos. Pareciera que no me esforcé lo suficiente. Al fin de cuentas, como a veces suelo decir cuando bromeamos, estamos del mismo lado del hemisferio. Así que muy lejos no me fui.

Me gusta ver los rieles del tren más que el tren en sí. Es raro, se me hace raro. Allá casi ya no hay. Dejaron de existir. Murieron de causa natural. Tal vez por eso, al ver los rieles del tren sólo puedo pensar en que es una forma más de quitarse la vida. Nunca subí a uno. Cuando recién llegué estaba fascinada con aquello. Luego el tiempo pasó y me conformé con el subte y el bondi. Será que no salí de la capital. Que no tuve la necesidad. Que tuve otras opciones cuando pensé en venir aquí. No lo creo, El dinero no hubiera dado para un país del primer mundo. No tengo un apellido difícil de pronunciar. Imposible salir hacia esos países. No para mí.

Y finalmente estoy aquí deseando no estarlo...

lunes, 18 de octubre de 2010

Prosas Apátridas de Julio Ramón Ribeyro

A mí los tullidos, los tarados, los pordioseros y los parias. Ellos vienen naturalmente a mí sin que tenga necesidad de convocarlos. Me basta subir a un vagón de metro para que, en cada estación, de uno en uno, suban a su vez y vayan cercándome hasta convertirme en algo así como el monarca siniestro de una Corte de los Milagros. La juventud, la belleza, en el andén del frente, en el vagón vecino, en el tren que se fue. En cuántas bifurcaciones de los pasillo del metro he perdido para siempre un amor.